El alma debería permanecer siempre entreabierta
por si el Cielo pasara a preguntar,
y no se viera obligado a esperar
o tuviera vergüenza de llegar a molestarla.
Es mejor que parta antes de que esa anfitriona
haya corrido el cerrojo de la puerta –
a buscar a su cumplido huésped,
ya no su visitante –
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