El aire no tiene casa ni vecinos,
ni oídos, ni puerta,
ni desconfianza hacia alguien.
Es feliz.
Invitado etéreo incluso sobre la almohada del
paria –
anfitrión esencial en el cansado, gimiente
hostal de la vida,
después de que, leve, tu conciencia me abarque,
y hasta que tu conciencia se vaya, persuadiendo
a la mía –
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