Como el monstruo marino hambriento devora a las
naves,
como el buitre que ha sido importunado
fuerza a los nidos en valles solitarios,
como el tigre, aliviado
sólo por una gota de sangre, ayuna en estado
escarlata
hasta que encuentre un hombre
generosamente adornado de venas y tisús,
y se muerde – la lengua
refrescada unos momentos con ese bocado;
se vuelve más feroz
hasta que dé cuenta de sus dátiles y su cacao,
esa mínima nutrición;
yo, de provisión más fina,
juzgo que mi cena es seca.
Solo tengo una baya dominical
y una tórrida mirada.
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