Ese amado cuerpo que los años fueron gastando,
no obstante precioso porque es la casa
donde experimentamos por vez primera la luz,
la capacidad de dar testimonio –
Precioso, sí. Y justo, hasta lo inconcebible,
como si unas manos que la sepultura hubiese
manchado
se posaran suavemente sobre nuestras manos
negando su propia muerte.
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