La dama da de comer a su pequeña ave.
Si los intervalos fueran más raros –
el ave no le llevaría la contraria,
más bien mansamente reconocería
el archipiélago que media entre la mano y ella,
además sin migas, alejada y desfalleciente
caería suavemente sobre la rodilla celosa de la
dama
y adoraría –
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