El corazón tiene instrumentos estrechos.
Mide como el mar
en bajo poderoso – incesante –
en azul monotonía.
Hasta que el huracán biseca
y, según él mismo, discierne
su área insuficiente,
el convulso corazón aprende
que la calma no es más que un muro
de gasa inutilizada,
que derrumba el empuje de un instante,
que disuelve – el preguntar.
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