Nunca oí decir que uno está
muerto
sin la oportunidad de la vida
aniquilándolo de nuevo,
esa poderosa fe,
en exceso potente para mi
mente común
que estuvo loca
mientras cultivaba su abismo;
loca también una o dos veces
la conciencia bostezadora.
Las creencias están
amordazadas, como la lengua.
Cuando el terror se
manifiesta
en cualquier tono desbordado
podría dejarnos muertos al
instante.
No conozco a una persona tan
valiente
que se atreva a encarar, por
motivación propia,
en un solitario lugar,
a esa horripilante conciencia
extranjera –
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