miércoles, 4 de mayo de 2016

405

Aunque hice a un lado su vida –
un ornamento muy grande
como para ser llevado por una baja frente como la mía –
esta pudo haber sido la mano

que cultivó la flor preferida por él –
calmó un dolor común,
quitó la piedra de su camino –
y tocó su melodía favorita –

en el laúd, la más insignificante – la última melodía –
Sin embargo su oído sabía
que aunque lo deleitara una cosa u otra,
yo nunca iba a dejar de ser –

los pies que llevaban su encomienda –
una pequeña bota que conozco –
Podría saltar muy lejos, como un antílope –
sin ceder –

Ante su orden más estricta –
algo más dulce para obedecer
que “juega al escondite” –
o “salta con la música de las flautas” –
o “persigue a la abeja todo el día” –

Señor: tu sierva se cansará –
El médico no va a venir –
El mundo tendrá sus propias cosas por hacer –
El polvo envilecerá tu fama –

Un día de febrero el frío forzará tu puerta
más recia,
Pero dile a mi delantal que lleve las pequeñas ramas
para alegrar tu casa –

de manera que yo pueda llevar también conmigo
esa promesa al paraíso –
para educar a los ángeles en la avaricia
que tú, Señor, me enseñaste primero – a mí.



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