Conozco cierta casa
abandonada lejos del camino
cuyo aspecto le gustaría a un
ladrón –
Sellada con tablas de madera,
Y con ventanas bajas, incitadoras
–
Un pórtico
por el que dos podrían entrar
subrepticiamente –
Uno – con herramientas en
mano –
El otro para husmear –
cerciorarse de que todo
duerme –
Ojos a la vieja usanza –
no tan fáciles de sorprender.
Cuán ordenada estaría la
cocina, de noche –
con solo un reloj –
Sin embargo, ellos podrían
acallar el tic tac –
Y los ratones no chillarían –
Y tampoco hablarían – las
paredes –
Nadie – lo haría –
Un par de espejuelos
entreabiertos se sacuden
levemente – Un almanaque lo
nota –
¿Fue el almohadón – quien
parpadeó,
o una estrella nerviosa?
La luna – resbala por la
escalera –
para ver quién anda ahí.
Hay botín –
Una jarra, o una cuchara –
un pendiente – o una piedra –
un reloj – algún broche
antiguo –
que combina con el de la
abuela –
duermen tranquilos – allí –
El día – repiquetea – mucho –
Lo furtivo – es lento –
El sol ha llegado –
hasta el tercer sicomoro –
Aúlla el cantaclaro:
“¿quién anda ahí?”
Y los ecos – a trenes de
distancia –
se burlan diciendo – “¡Aquí!”
Mientras la antigua pareja,
recién despierta,
imagina que el amanecer –
dejó la puerta entreabierta.