Un cardillo me desgarró el
vestido.
No fue culpa del cardillo –
sino mía,
pues me acerqué mucho a su
guarida –
Un pantano afrenta a mis
zapatos.
¿Qué otro oficio pueden tener
los pantanos –
si el único arte que conocen
es salpicar a los hombres?
Debería despreciar a la
morralla –
Los ojos serenos de un
elefante –
miran más allá.
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