Llegué a tener la capacidad
de oír su nombre –
afuera – una tremenda
ganancia –
Esa sensación de detenerse –
dentro de mi alma –
y de trueno – dentro de mi
habitación –
Llegué a tener la capacidad
de atravesar
ese ángulo del suelo
donde él se volvió así, y yo
– cómo – me volví –
y todos nuestros tendones se
rasgaron –
Llegué a tener la capacidad
de quitar la caja –
en la cual crecían sus cartas
sin ese forcejeo, dentro de
la respiración –
como grapas – que han logrado
traspasar –
Pude recordar vagamente una
gracia –
supongo que la llamaban
“Dios” –
famosa por consolar en las
dificultades –
cuando las fórmulas fallaban
–
Y logré poner mis manos –
en actitud de oración,
salvo porque ignoraba una
palabra
que – suele pronunciar – el
rito –
Mi relación con las nubes,
si existiera algún poder no
sujeto a desesperación –
detrás de ellas –
se protegería – de una lejana
manera –
de una aventura tan diminuta
como la melancolía –
Algo en sí muy grande para
interrumpir – más –
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