miércoles, 30 de marzo de 2016

325


Llegó un día – en lo más recio del verano –
enteramente para mí –
Yo suponía que todo esto – era para los santos –
donde hay – resurrecciones.

El sol se fue – como es costumbre –
las flores – habituales – estallaron –
mientras nuestras dos almas vivían ese solsticio –
que hace nuevas todas las cosas.

El tiempo apenas fue profanado – por el habla –
La caída de una palabra
fue innecesaria – como en el sacramento –
el sagrario – de nuestro Señor –

Uno para el otro – la capilla cerrada –
en esta ocasión – nos permitimos comulgar –
No fuera que – apareciéramos  - muy torpes
en la cena del cordero.

Las horas resbalaron con prisa – como suelen hacer las horas –
firmemente agarradas – por ávidas manos –
Así – miran atrás los rostros
destinados a tierras opuestas – en dos muelles.

Y así – cuando todo el tiempo goteó –
sin sonido externo –
cada uno – dispuso el crucifijo del otro –
No procuramos otro vínculo –

Suficiente confianza – en que resucitaremos –
el sepulcro – finalmente – clausurado –
a ese nuevo matrimonio –
justificado mediante calvarios de amor.


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