Llegó un día – en lo más
recio del verano –
enteramente para mí –
Yo suponía que todo esto –
era para los santos –
donde hay – resurrecciones.
El sol se fue – como es
costumbre –
las flores – habituales –
estallaron –
mientras nuestras dos almas
vivían ese solsticio –
que hace nuevas todas las
cosas.
El tiempo apenas fue
profanado – por el habla –
La caída de una palabra
fue innecesaria – como en el
sacramento –
el sagrario – de nuestro
Señor –
Uno para el otro – la capilla
cerrada –
en esta ocasión – nos
permitimos comulgar –
No fuera que –
apareciéramos - muy torpes
en la cena del cordero.
Las horas resbalaron con
prisa – como suelen hacer las horas –
firmemente agarradas – por
ávidas manos –
Así – miran atrás los rostros
destinados a tierras opuestas
– en dos muelles.
Y así – cuando todo el tiempo
goteó –
sin sonido externo –
cada uno – dispuso el
crucifijo del otro –
No procuramos otro vínculo –
Suficiente confianza – en que
resucitaremos –
el sepulcro – finalmente –
clausurado –
a ese nuevo matrimonio –
justificado mediante
calvarios de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario