El sol – tocó por un instante
a la mañana.
La mañana – esa cosa feliz –
supuso que él había llegado
para quedarse –
que la vida iba a ser toda
primavera.
Ella se sintió más suprema –
una cosa etérea – sublime.
De ahí en adelante – para
ella – todo fue una fiesta
mientras – su rey, en ronda –
arrastró – lentamente –
sus imponentes – orlas de
estrellas – por los huertos –
dejando una nueva necesidad
de diademas.
La mañana – agitada –
titubeante –
buscó débil, a tientas – su
corona –
su frente que no había sido
ungida –
de ahí en adelante – la única
que le pertenecía.
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