jueves, 24 de marzo de 2016

311


Conozco cierta casa abandonada lejos del camino
cuyo aspecto le gustaría a un ladrón –
Sellada con tablas de madera,
Y con ventanas bajas, incitadoras –
Un pórtico
por el que dos podrían entrar subrepticiamente –
Uno – con herramientas en mano –
El otro para husmear –
cerciorarse de que todo duerme –
Ojos a la vieja usanza –
no tan fáciles de sorprender.

Cuán ordenada estaría la cocina, de noche –
con solo un reloj –
Sin embargo, ellos podrían acallar el tic tac –
Y los ratones no chillarían –
Y tampoco hablarían – las paredes –
Nadie – lo haría –

Un par de espejuelos entreabiertos se sacuden
levemente – Un almanaque lo nota –
¿Fue el almohadón – quien parpadeó,
o una estrella nerviosa?
La luna – resbala por la escalera –
para ver quién anda ahí.

Hay botín –
Una jarra, o una cuchara –
un pendiente – o una piedra –
un reloj – algún broche antiguo –
que combina con el de la abuela –
duermen tranquilos – allí –

El día – repiquetea – mucho –
Lo furtivo – es lento –
El sol ha llegado –
hasta el tercer sicomoro –
Aúlla el cantaclaro:
“¿quién anda ahí?”

Y los ecos – a trenes de distancia –
se burlan diciendo – “¡Aquí!”
Mientras la antigua pareja, recién despierta,
imagina que el amanecer – dejó la puerta entreabierta.


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