El primer día en que me sentí
bien –
tras muchos días enferma –
pedí que me dejaran salir
para tomar la luz del sol con
mis manos,
para ver la vaina de las
cosas –
Era tan solo una flor –
cuando entré
a probar mi suerte con el
dolor –
sin saber si él o yo
demostraríamos ser el o la
más fuerte.
El verano se volvió más
intenso
mientras nos preocupábamos –
Ella quitó algunas flores –
y las cambió por otras – de
mejillas más rojas –
Manera cariñosa – e ilusa –
al parecer, de intentar engañarse
a sí misma –
Como si delante de un niño,
mañana, marchito –
pudiera esconder que los
arcoíris sostenían al sepulcro.
Le dio una cierta forma a la
nuez –
Le ató las capas a las
semillas –
Alrededor desperdigó
brillantes pedacitos de tinte –
Y dejó hilos brasileños
en todos los hombros que fue
encontrando –
Luego levantó sus dos manos
de niebla –
para ocultar – la gracia de
su despedida
de nuestras miradas no aptas
–
Mi pérdida, debida a la
enfermedad –
¿fue pérdida, o esa etérea
ganancia
que uno obtiene al medir la
tumba –
y después – midiendo al sol?
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