jueves, 17 de marzo de 2016

288


El primer día en que me sentí bien –
tras muchos días enferma – pedí que me dejaran salir
para tomar la luz del sol con mis manos,
para ver la vaina de las cosas –

Era tan solo una flor – cuando entré
a probar mi suerte con el dolor –
sin saber si él o yo
demostraríamos ser el o la más fuerte.

El verano se volvió más intenso
mientras nos preocupábamos –
Ella quitó algunas flores –
y las cambió por otras – de mejillas más rojas –

Manera cariñosa – e ilusa –
al parecer, de intentar engañarse a sí misma –
Como si delante de un niño, mañana, marchito –
pudiera esconder que los arcoíris sostenían al sepulcro.

Le dio una cierta forma a la nuez –
Le ató las capas a las semillas –
Alrededor desperdigó brillantes pedacitos de tinte –
Y dejó hilos brasileños

en todos los hombros que fue encontrando –
Luego levantó sus dos manos de niebla –
para ocultar – la gracia de su despedida
de nuestras miradas no aptas –

Mi pérdida, debida a la enfermedad –
¿fue pérdida, o esa etérea ganancia
que uno obtiene al medir la tumba –
y después – midiendo al sol?


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