No puedo vivir contigo –
porque eso podría ser vida –
y la vida está ahí –
detrás de esa repisa
cuya llave tiene el sacristán –
repisa que guarda
nuestra vida – su porcelana –
como una copa –
la que descartó el ama de casa –
impar – o quebrada –
Una copa nueva de Sévres gusta más –
Las copas viejas se rompían –
No podría morir – contigo –
porque uno tendría que esperar
para cerrar los ojos del otro –
y tú – no serías capaz –
¿Y yo – podría quedarme ahí –
y ver cómo – te llenas de hielo –
sin mi derecho al frío –
que es el privilegio de la muerte?
No podría renacer – contigo –
porque tu rostro
opacaría al de Jesús –
Esa nueva gracia
brillaría, pero desagradable – y extraña
en mi mirada nostálgica –
excepto si tú
consiguieras brillar muy cerca de él –
Cuántos juicios – nos lanzarían –
porque tú – serviste al Cielo – y lo sabes.
Por lo menos lo intentaste –
Yo no pude –
Porque saturabas tu vista –
y yo no tenía más ojos
para una excelencia sórdida
como el Paraíso,
y si tú te perdieras también me perdería –
aunque mi nombre
fuera pronunciado muy alto
en la fama del Cielo –
Y si – te salvaras –
y yo – fuera condenada
a estar donde tú no estuvieras –
eso sería – el infierno para mí –
Así pues, debemos estar separados –
Tú ahí – yo aquí –
Con la puerta apenas entreabierta –
Apartados como océanos – y oración –
y ese sustento blanco –
la desesperación –
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