Prométeme – cuando estés muriendo –
y alguien me llame –
que tu último suspiro me pertenecerá –
que tu mirada ceñida – será mía –
pero no con monedas – aunque hayan sido
acuñadas
por las manos de un emperador –
que mis labios sean – la única hebilla
requerida por tus ojos – entrecerrados –
que el permanecer será mío – cuando todos
se hayan ido – para especular una vez más
si la vida fuera otra vez entregada –
vida de mí – restaurada –
Apurada así – toda mi libación –
es bueno que veas
que la bendición de la muerte – exaltará
una bendición de la vida – imitándote –
Custodiar tu estrecho precinto – me pertenece –
seducir al sol
para que se extienda, muy larga, en tu sur
solicitar inmensos rocíos matinales
bajo tierra, en tu favor,
para evitar que la celosa yerba
se incline más verde – o haga racimos
más cariñosa, alrededor de alguna otra persona
–
Me corresponde suplicar a Madonna –
si existe Madonna
que pueda contemplar a una creatura tan lejana
–
Cristo – me - omitió –
Todo esto para seguir tu querido rastro –
Pero nunca tan separada de ti –
pues ¿no me había sido
lo suficientemente negado – mi cielo?
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