martes, 5 de abril de 2016

332


Dudas de mí, tonta compañera.
Por qué Dios podría contentarse
con solo una fracción de la vida –
vertida en ti sin reserva –
todo lo que soy – para siempre –
Qué más puede la mujer,
dilo de prisa y así podré dotarte
de la última delicia que tengo.

No puede ser mi espíritu –
porque él era tuyo antes –
de que yo cediera todo el polvo que conocía –
Qué más opulencia
poseía yo – una pecosa doncella
cuyo rango más extremo
era – que ella lograra –
habitar tímidamente
algún cielo lejano
contigo –

Críbala, de ceja a pie descalzo.
Cuélala hasta que tu última conjetura –
caiga, ante los ojos del fuego,
como un tapiz –
Sacude su más fino afecto –
Pero hazle reverencia sólo a la nieve
intacta, en eterno copo –
perspicaz, para ti.


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