martes, 5 de abril de 2016

334


De todos los sonidos arrojados al mundo
no hay para mí uno que me haga sentir
tan responsable como esa vieja entonación
de las ramas – esa melodía instrumental –
que hace el viento – laborioso, como una mano
cuyos dedos peinan al cielo –
para, luego, descender tembloroso,
con ramilletes musicales –

Esa vieja entonación permitida a los dioses –
y a mí –
es herencia para nosotros,
más allá del arte de vencer –
más allá de la característica del quitar,
propia del ladrón –
pues la ganancia no se adquiere por los dedos –
Antigua entonación, de oro, que se ocultó
para la totalidad de los días
más adentro de los huesos –
e incluso en el interior de la urna –

No puedo asegurar que el dichoso polvo
no se levante e intervenga,
de alguna extraña manera muy suya –
en festejo más singular –
cuando los vientos dan vueltas y vueltas
formando gavillas – y ronronean contra la puerta –
cuando los pájaros se acomodan – encima de ellos –
para ser su orquesta.

Si acaso yo estuviera tan excluida –
como para no oír nunca a ese canto descarnado –
surgir solemne en el árbol –
le suplico la gracia de las ramas del verano –


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