Aunque hice a un lado su vida
–
un ornamento muy grande
como para ser llevado por una
baja frente como la mía –
esta pudo haber sido la mano
que cultivó la flor preferida
por él –
calmó un dolor común,
quitó la piedra de su camino
–
y tocó su melodía favorita –
en el laúd, la más
insignificante – la última melodía –
Sin embargo su oído sabía
que aunque lo deleitara una
cosa u otra,
yo nunca iba a dejar de ser –
los pies que llevaban su
encomienda –
una pequeña bota que conozco
–
Podría saltar muy lejos, como
un antílope –
sin ceder –
Ante su orden más estricta –
algo más dulce para obedecer
que “juega al escondite” –
o “salta con la música de las
flautas” –
o “persigue a la abeja todo
el día” –
Señor: tu sierva se cansará –
El médico no va a venir –
El mundo tendrá sus propias
cosas por hacer –
El polvo envilecerá tu fama –
Un día de febrero el frío
forzará tu puerta
más recia,
Pero dile a mi delantal que
lleve las pequeñas ramas
para alegrar tu casa –
de manera que yo pueda llevar
también conmigo
esa promesa al paraíso –
para educar a los ángeles en
la avaricia
que tú, Señor, me enseñaste
primero – a mí.
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