martes, 10 de mayo de 2016

425

Fue como un torbellino con un rasguño
que cada día, más y más cerca,
continuara estrechando su hirviente rueda,
hasta que la agonía

jugó fríamente con la última pulgada
de tu delirante costado –
y tú caíste, perdida,
cuando algo se quebró –
y te sacó del sueño –

como si un duende con un aparato para calibrar –
continuara midiendo las horas –
hasta sentir que el segundo de tu pertenencia
pasaba indefenso entre sus garras –

y ni un tendón – si acaso fuera movido –
podría ayudar – y el sentido comenzaba a nublarse –
cuando Dios – fue recordado – y el maniático
se dejó ir, entonces superado –

como si tu sentencia quedara – pronunciada –
y tú, helada, fueras conducida
desde el lujo de duda del calabozo
al patíbulo de los muertos –

Y cuando cierta fina película terminó de coserte
 los ojos, una criatura suplicó anhelante:
“¡indulto!”
¿Cuál angustia fue entonces la más extrema,
perecer o vivir?



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