Dudas de mí, tonta compañera.
Por qué Dios podría
contentarse
con solo una fracción de la
vida –
vertida en ti sin reserva –
todo lo que soy – para
siempre –
Qué más puede la mujer,
dilo de prisa y así podré
dotarte
de la última delicia que
tengo.
No puede ser mi espíritu –
porque él era tuyo antes –
de que yo cediera todo el
polvo que conocía –
Qué más opulencia
poseía yo – una pecosa
doncella
cuyo rango más extremo
era – que ella lograra –
habitar tímidamente
algún cielo lejano
contigo –
Críbala, de ceja a pie
descalzo.
Cuélala hasta que tu última
conjetura –
caiga, ante los ojos del
fuego,
como un tapiz –
Sacude su más fino afecto –
Pero hazle reverencia sólo a
la nieve
intacta, en eterno copo –
perspicaz, para ti.
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