sábado, 30 de abril de 2016

394

Lloré delante de la piedad – no delante del dolor –
“Pobre niña”, le oí decir a una mujer –
Y algo en su voz
me convenció de mí misma –

Yo había fracasado durante tanto tiempo
que me parecía lo más habitual,
y la salud y la risa me parecían cosas curiosas
para mirar, como un juguete –

que compran las personas adineradas,
a veces has oído esto, y ves ese paquete
envuelto –
y llevado, suponemos – al cielo,

obsequiado a niños dorados –
nunca para tocar ni desear,
ni para pensar, con un suspiro –
en cómo ese fulano – habría sido con nosotros,
solo si Dios lo hubiera preferido de otra manera.

Ojalá yo supiera el nombre de aquella mujer –
Para, cuando venga por aquí.
clausurarme la vida y taparme los oídos,
por miedo a oírle decir

que ella “lamenta mi muerte” – otra vez –
preciso cuando el sepulcro y yo –
habíamos sollozado mutuamente
nuestra única canción de cuna, hasta casi dormirnos –


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