jueves, 14 de abril de 2016

355

No era la muerte, pues yo me encontraba aun de pie,
y todos los que mueren tienen que estar acostados –
No era la noche, pues todas las campanas
sacaron sus lenguas a causa del mediodía.

No era la escarcha, pues en mi propia carne
sentí – a los sirocos arrastrarse –
Tampoco era el fuego – pues mis pies de mármol,
solos, conseguirían sostener frío a un cancel –

Y, no obstante, tenía el sabor de todo esto.
Las figuras que he visto,
puestas en orden para la tumba,
me recordaron a la mía –

Como si mi vida hubiera sido afeitada,
asegurada a un marco,
y no lograra respirar sin una llave.
Y era un poco como la medianoche.

Como cuando se detiene – todo lo que ha latido –
y el espacio observa – todo lo que lo rodea –
O como cuando heladas aterradoras – durante
las primeras mañanas de otoño –
derrocan a la palpitante tierra.

Pero, sobre todo, como el caos – frío – imparable –
sin oportunidad ni mástil –
sin siquiera la señal de llegada a un territorio –
para justificar – la desesperación.


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