lunes, 11 de abril de 2016

347

Me asustó mucho aquél primer petirrojo.
Sin embargo ahora está amaestrado.
He ido acostumbrándome paulatinamente a que crezca,
aunque me duela un poco –

Pensé en que solo si yo seguía viviendo
hasta que cesara aquel primer grito –
ni todos los pianos de los bosques
tendrían el poder para destrozarme –

Nunca me atrevía a acercarme a los narcisos –
por temor de que su vestido amarillo
me perforara con una elegancia
tan distinta de la mía –

Siempre quise que la hierba se diera prisa –
Así, cuando llegara el tiempo de ver –
se volvería tan alta, tan alta
que podría estirarse para mirarme –

No soportaba que llegaran las abejas,
quise que se quedaran lejos,
en esas tierras de penumbra a donde suelen ir,
¿qué palabra tenían ellas para mí?

Sin embargo, aquí están;
No falta ni una sola criatura – No ha fallado
ni una sola flor en gentil deferencia hacia mí –
la reina del Calvario –

Cuando él pasa cada una de ellas me saluda,
y yo levanto mis infantiles plumas
en reconocimiento de luto
a sus inesperados tambores –


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