Me asustó mucho aquél primer
petirrojo.
Sin embargo ahora está
amaestrado.
He ido acostumbrándome
paulatinamente a que crezca,
aunque me duela un poco –
Pensé en que solo si yo
seguía viviendo
hasta que cesara aquel primer
grito –
ni todos los pianos de los
bosques
tendrían el poder para
destrozarme –
Nunca me atrevía a acercarme
a los narcisos –
por temor de que su vestido
amarillo
me perforara con una
elegancia
tan distinta de la mía –
Siempre quise que la hierba
se diera prisa –
Así, cuando llegara el tiempo
de ver –
se volvería tan alta, tan
alta
que podría estirarse para
mirarme –
No soportaba que llegaran las
abejas,
quise que se quedaran lejos,
en esas tierras de penumbra a
donde suelen ir,
¿qué palabra tenían ellas
para mí?
Sin embargo, aquí están;
No falta ni una sola criatura
– No ha fallado
ni una sola flor en gentil
deferencia hacia mí –
la reina del Calvario –
Cuando él pasa cada una de
ellas me saluda,
y yo levanto mis infantiles
plumas
en reconocimiento de luto
a sus inesperados tambores –
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