Envidio a los mares que surca
–
Envidio a los radios de las
ruedas
De los carros que lo conducen
–
Envidio a las quebradas
colinas
Que observan su viaje –
Qué fácilmente pueden ver
todos
Lo que está absolutamente prohibido,
Como el cielo – que está
vedado para mí.
Envidio a los nidos de
gorriones –
Sobre sus lejanos aleros;
Envidio a la opulenta mosca
sobre su ventana –
Envidio a las felices – a las
dichosas hojas –
Que justo tienen el permiso
del verano para jugar
Por fuera de ese vidrio –
Ni las alhajas de Pizarro
Podrían obtener se permiso
para mí –
Envidio a la luz – que lo
despierta –
Envidio a las campanas – que
doblan con audacia –
Avisándole que allá afuera es
mediodía –
Yo misma – sería mediodía
para él –
Sin embargo – mi flor está en
entredicho –
Y mi abeja – derogada –
Para evitar que el mediodía
en eterna noche –
Nos deje caer al arcángel
Gabriel – y a mí –
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