Tengo un rey que no habla –
Así pues – recorro entre
esfuerzos el día –
asombrada – humilde – a
través de las horas.
Casi contenta cuando llega la
noche –
y duermo – Entonces, por
casualidad,
en un sueño, husmeo dentro de
salones cerrados
durante el día.
Si lo hago – cuando viene la
mañana –
es como si cien tambores
resonaran alrededor de mi
almohada,
y unos alaridos colmaran todo
mi cielo de niña,
y unas campanas siguieran
diciendo “Victoria”
desde las torres de mi alma.
Y si no lo hago – no es oído
el pequeño pájaro en el
huerto;
hoy omito la plegaria
“Hágase tu voluntad”
porque mi voluntad va por otro
sendero
y entonces sería perjurio.
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