El sol continuó agachándose –
agachándose – más abajo –
Las montañas – se empinaron –
para encontrarse con él.
Qué intercambio – por parte
de él.
Qué reposo – por parte de
ellas.
Más honda y más honda creció
la mancha
sobre el cristal de la
ventana –
Más numerosos y más eran cada
vez los pies
hasta que la púrpura tiria
estuvo repleta de ejércitos –
tan dichosos – tan
brigadieres –
que experimenté las mismas
emociones
marciales de quien alguna vez
empuñó
la cucarda –
Preparé, cargué el arma –
desde el rincón
de mi chimenea –
Pero no había nadie allí.
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