La rosa se entretuvo en su
mejilla –
Su corpiño subió y bajó –
Su hermoso modo de hablar –
como el de los ebrios –
piadoso, tambaleó –
Sus dedos insistieron en su
propia tarea –
Su aguja no respondía –
Me intrigó saber –
qué inquietaba a una joven
tan inteligente –
Hasta que, del lado opuesto –
advertí una mejilla
que llevaba otra rosa –
justo al otro lado – también
otro modo
de hablar como el del
borracho –
un vestido que danzó, como su
corpiño –
mientras sonaba una tonada
inmortal –
Hasta que esos dos pequeños
relojes –
contrariados, latieron
suavemente
al mismo tiempo.
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