Nunca he visto volcanes –
Excepto cuando los viajeros
relatan
cómo esas flemáticas – viejas
montañas
usualmente tan apacibles –
llevan dentro de sí – una
temible artillería,
fuego, humo y bala de cañón –
que desayuna poblados enteros
y aterroriza a los hombres –
Si en el rostro humano
la quietud es volcánica
cuando las facciones se
mantienen en su lugar
delante de un dolor titánico
–
si al fin y al cabo no
vencerá
la angustia que arde con
lentitud,
ni será arrojado al polvo
el palpitante viñedo,
si ningún amado anticuario
gritará con alegría:
“¡Pompeya!”
en la mañana de la
reconstrucción,
es momento de que regreses a
las colinas.
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