martes, 9 de febrero de 2016

183


Me encontré con un rey esta tarde.
De hecho, no tenía corona –
sólo un pequeño sombrero de palma.
Y me temo que iba descalzo.

Estoy segura de que él llevaba armiño
bajo el desteñido azul de su chaqueta –
Segura también de que llevaba el penacho
dentro del bolsillo, pues la chaqueta era en exceso

fastuosa para un noble –
Un marqués no iría con semejante imponencia.
Posiblemente era un pequeño zar –
un patriarca, o algo así.

Si debo confesártelo, mi pecoso monarca
sostenía la rienda de un caballo –
no hay duda, un animal apreciable -
aunque no del todo dispuesto a correr.

¡Y qué carroza! Mientras viva
no presumiré de ver
otra clase de vehículo
como el que entonces me transportó.

Dos príncipes en harapos
compartían su condición de realeza.
No hay duda, era la primera excursión
que esos soberanos emprendían.

Me pregunto si la carroza real,
alrededor de la cual sirven los lacayos,
tiene el significado, en lo alto,
de este descalzo estado. 


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