Me encontré con un rey esta
tarde.
De hecho, no tenía corona –
sólo un pequeño sombrero de
palma.
Y me temo que iba descalzo.
Estoy segura de que él
llevaba armiño
bajo el desteñido azul de su
chaqueta –
Segura también de que llevaba
el penacho
dentro del bolsillo, pues la
chaqueta era en exceso
fastuosa para un noble –
Un marqués no iría con
semejante imponencia.
Posiblemente era un pequeño
zar –
un patriarca, o algo así.
Si debo confesártelo, mi
pecoso monarca
sostenía la rienda de un
caballo –
no hay duda, un animal
apreciable -
aunque no del todo dispuesto
a correr.
¡Y qué carroza! Mientras viva
no presumiré de ver
otra clase de vehículo
como el que entonces me
transportó.
Dos príncipes en harapos
compartían su condición de
realeza.
No hay duda, era la primera
excursión
que esos soberanos
emprendían.
Me pregunto si la carroza
real,
alrededor de la cual sirven
los lacayos,
tiene el significado, en lo
alto,
de este descalzo estado.
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