domingo, 7 de febrero de 2016

176


Si pudiera sobornarlos con una rosa
les traería todas las flores que crecen
de Amherst a Cachemira.
Nada me detendría, ni noche, ni tormenta –
ni heladas, ni muerte, ni nadie –
Tan querido sería mi empeño.

Si ellos se pusieran exigentes por un pájaro,
mi pandero sería oído desde muy temprano
entre los bosques de abril;
incansable a lo largo de todo el verano,
sólo para irrumpir en un canto más salvaje
cuando el invierno agitara las ramas.

Qué importa si me oyen.
¿Quién asegura
que tal fastidio
no pueda, al final, tener algún valor?
¿Que, hartos de la cara de esta mendiga –
ellos no puedan, al fin y al cabo, dar
la aprobación – para expulsarla de la sala?



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