Le he oído decir al cazador –
que un ciervo herido – salta
más alto –
Solo el éxtasis de la muerte
–
Luego el matorral queda
quieto.
La piedra picada que borbota.
El hollado acero que se
sacude.
Una mejilla es siempre más
roja
justo donde arde la fiebre.
La dicha es malla de la
angustia –
en la que esta se refugiará
cautelosa.
No sea que alguien espíe a la
sangre
y exclame: “estás herida”.
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