martes, 9 de febrero de 2016

181


Le he oído decir al cazador –
que un ciervo herido – salta más alto –
Solo el éxtasis de la muerte –
Luego el matorral queda quieto.

La piedra picada que borbota.
El hollado acero que se sacude.
Una mejilla es siempre más roja
justo donde arde la fiebre.

La dicha es malla de la angustia –
en la que esta se refugiará cautelosa.
No sea que alguien espíe a la sangre
y exclame: “estás herida”.


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