lunes, 8 de febrero de 2016

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Observar de cerca, reverentemente,
a la caja de ébano,
cuando los años han volado –
limpiando el polvo de terciopelo
que los veranos han desperdigado allí.

Aproximar a la luz una carta –
amarillenta – ahora – por el tiempo –
para releer las desteñidas sílabas
que nos animaron como el vino.

Quizá – en su interior –
encontrar la mejilla ajada de una flor
arrancada en plena tierra, cierta mañana –
por una mano galante – mientras se consumía.

Quizás unos mechones
olvidados por nuestra constancia –
Un antiguo adorno, quizás –
impuesto por modas que pasaron.

Y después volver a ponerlo todo en silencio –
Y vivir cuidando a la pequeña caja
de ébano –
como si no nos importara. 


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