Observar de cerca,
reverentemente,
a la caja de ébano,
cuando los años han volado –
limpiando el polvo de
terciopelo
que los veranos han
desperdigado allí.
Aproximar a la luz una carta
–
amarillenta – ahora – por el
tiempo –
para releer las desteñidas
sílabas
que nos animaron como el
vino.
Quizá – en su interior –
encontrar la mejilla ajada de
una flor
arrancada en plena tierra,
cierta mañana –
por una mano galante –
mientras se consumía.
Quizás unos mechones
olvidados por nuestra
constancia –
Un antiguo adorno, quizás –
impuesto por modas que
pasaron.
Y después volver a ponerlo
todo en silencio –
Y vivir cuidando a la pequeña
caja
de ébano –
como si no nos
importara.
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