Su sombrero es
resplandeciente,
resplandecientes su
mejilla,
su atuendo.
Sin embargo, ella no
puede hablar.
Estupenda como la
margarita
de la colina veraniega,
desaparecida sin dejar
rastros
excepto por el despliegue
de lágrimas –
excepto por el amoroso
amanecer
que busca su rostro,
excepto por los pies no
enumerados
que se detienen en ese
lugar.
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