Registran los escritores
sagrados que,
al este del Jordán,
un atleta y un ángel
lucharon con dureza durante
mucho tiempo –
hasta que el amanecer tocó a
la montaña –
y Jacob se hizo más fuerte.
El ángel pidió permiso
para ir a desayunar – y
luego, volver.
“Así no”, dijo el sagaz
Jacob,
“no te dejaré ir
excepto si me bendices” –
El extranjero accedió –
Los vellones de plata se
mecían con ligereza
más allá de las colinas de
Peniel,
y el desconcertado luchador
descubrió que había vencido a
Dios.
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