Ir al cielo.
No sé cuándo.
Te ruego que no me
preguntes cómo –
De verdad, estoy muy
asombrada
para pensar en
responderte –
Ir al cielo.
Qué tonto suena eso.
Y sin embargo sucederá
con tanta certeza como
que los rebaños
vuelven a la casa,
de noche,
al brazo del pastor.
Quizás estás yendo,
también.
¿Quién lo sabe?
Si llegas primero
guarda un pequeño sitio
para mí
cerca de dos personas que
perdí.
Me costará la túnica más
pequeña
y solo un trozo de
corona,
pues tú sabes que no nos
importa
qué ropa llevamos
cuando nos dirigimos a
casa.
Estoy contenta por no
creer en todo eso.
Porque estos asuntos
detendrían mi respiración,
y quisiera observar un
poco más
esta tierra tan curiosa.
Me regocija que creyeran
en ello
aquellos a quienes nunca
encontré,
desde aquella poderosa
tarde de otoño
en la cual los dejé a ras
de suelo.
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