A salvo, en sus
habitaciones de alabastro –
duermen los humildes
participantes de la resurrección –
La mañana no los toca,
ni el mediodía –
ni viga de satín,
ni teja de piedra.
En su castillo la brisa
ríe, leve,
sobre ellos –
La abeja balbucea en un
oído estólido,
los dulces pájaros silban
con ignorante cadencia –
Ah, cuánta sagacidad
murió aquí.
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