Tan tímida cuando la
divisé.
Tan hermosa – tan avergonzada.
Tan escondida en sus
hojas diminutas
de modo que nadie la
pudiera hallar –
Tan sin aliento hasta que
la sobrepasé en el camino –
tan indefensa cuando
retorné
y me la llevé a la
fuerza, sonrojándose,
más allá de sus sencillas
moradas.
Muchos sin dudarlo me
preguntarán –
por quién robé al valle
arbolado –
por quién cortejé a la
hondonada –
Pero nunca lo diré.
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