Una dama roja, entre la
colina,
guarda su secreto anual.
Una dama blanca duerme
en el campo, entre chintz y
lirio.
Límpidas brisas barren –
con sus escobas
valle, colina y árbol –
Les suplico me digan,
mis hermosas amas de casa,
¿quién puede ser la esperada?
Los vecinos todavía no
sospechan.
Los bosques intercambian
sonrisas.
También el huerto, el
ranúnculo y el pájaro
en este pequeño instante.
Y, no obstante, cuán sosegado
permanece el paisaje.
Cuán tranquilo el seto.
Como si la resurrección
no fuera muy extraña.
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