Aunque mi destino sea de
Fustán –
y el de ella fino Damasco
–
aunque ella porte un
delantal de plata –
y yo uno menos divino –
no obstante, yo
preferiría sin duda
mi pequeño ser gitano –
mi pequeño pecho
bronceado
al de ella, que es más
color rosa –
Pues cuando las heladas,
sus puntuales dedos,
reposen sobre la frente
de ella,
tú y yo, y el doctor
Holland,
floreceremos eternamente.
Rosas de un furioso
verano
en una tierra furiosa –
donde ningún otoño
levante el lápiz de ella –
donde no queden
segadores.
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